martes, 22 de noviembre de 2011

Al final del túnel

"Dedicado a los que atravesaron el túnel ese jueves"

Lo descubrí corriendo detrás de un trozo de papel que el viento gélido de febrero le había arrebatado. A duras penas logró montar en el vagón del tren, casi con las puertas cerrando en su cara. Recuerdo su sobretodo negro y su bufanda de rayas desarreglada por el apuro. De eso han pasado 25 amaneceres, y desde entonces mi hora favorita la acompaño con un bostezo y un suspiro al verle subir el vagón justo a las 7:23am.

Se sienta en frente de mí a 4 bancos de distancias. Sé que nunca me ha mirado, ¿quién soy yo?, solo una pasajera más de este tren que se puso hoy un vestido verde porque quizás ese color le guste, y que ayer se compró el libro que la semana anterior él se estaba leyendo. No sé su nombre, pero un Antonio le quedaría bien o tal vez Carlos, o quizás... Vuelvo la cabeza al cristal humedecido y sueño que me vuelvo valiente, que finjo un tropiezo para caer justo encima de sus rodillas. Entonces me agarra fuerte y me dice con toda la cortesía del mundo -"Perdón señorita, ¿se hizo usted daño?"-. Ahí siempre las bocinas me despiertan anunciando la pronta llegada de la estación de Atocha. Y me quedo helada, sin saber qué hacer si me habla o si me mira, porque ya no soy valiente, porque ya volví a tener 158 cm de altura y la cara colorada por el frío. El tren se detiene justo para verlo una vez más antes de bajarme. Él pasa la página de su libro, se rasca la cabeza y yo le sonrío como diciendo "Buen viaje".

Ya es jueves, el 11 de marzo llegó sin darme cuenta. A esta hora solo un pensamiento me rodea, y es mirar a los pasajeros que se montan en la puerta 5 buscando su cara pálida, pero hoy no lo encontré. Bajé la cabeza y juro que la decepción me opacó los ojos por unos segundos, hasta que una voz amable se dirigió a mi -"¿Me puedo sentar a su lado?"-, y ahí estaba él señalando mi bolso sobre el asiento. Con el corazón paralizado que dolía en el pecho, asentí con la cabeza y retiré el bolso. Mi alrededor se transformó en diciembre, se me helaron las manos y creo que hasta sentí escarchas en mi boca. Puse mis ojos en el cristal sin valor para mover ni un músculo. Seguro pensó "que chica más tonta", me quiero morir. Entonces, por el reflejo del cristal veo que levanta una mano y me dice: "-¿Sabes? Este café lo compré porque el jueves pasado usted se le derramó uno igual al bajarse del tren. El miércoles anterior se comió usted una rosquilla y se puso un poco molesta cuando el azúcar le cayó en su vestido verde, muy bonito por cierto. Por eso hoy la compré con una servilleta. El martes volteó dos veces el libro que tenía en sus manos, como buscando algo interesante aunque fuera de revés. La verdad es que ese libro me lo leí la semana pasada solo por compromiso con un amigo que es el escritor, pero si me permite no se lo recomiendo-".

Escuché sus palabras casi sin poder moverme, maldito el frío de mi asiento que me heló hasta los huesos. Y oigo la bocina que grita a toda voz mi parada, ¿ya llegamos? ¿a dónde fueron a parar los minutos?. Con todas mis fuerzas vuelvo el rostro y veo su sonrisa, y yo sonrío también. Me muestra sus regalos, me pone el café caliente entre las manos. Con el dedo índice de la mano derecha me acomoda un mechón de pelo rebelde por detrás de la oreja, y asiente como diciendo "ahora estás lista". Le doy las gracias muy bajo, a estas alturas es el único sonido que puedo pronunciar. Y es entonces que llega el túnel, ese túnel que anuncia el final de mi viaje, ese túnel que apaga su silueta y que nunca, nunca termina.

"Madrid, 11 de marzo de 2004, 7.37 horas. Una bomba explota en las cercanías de la estación de AtochaApenas un minuto después se producen otras dos explosiones en el mismo tren. El caos y el desconcierto invaden..."

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*Basado en la canción "Jueves" del grupo español "La oreja de Van Gogh"