Dedicado al pueblo de Japón,
a los que sufren la pérdida de sus seres queridos,
a los que construyen nuevos mundos luego de haber sido arrazados,
y en especial a dos amigos que me ayudaron cuando más lo necesitaba.
Desde el fondo de mi corazón, gracias.
Todos los días de su vida, Rie ha despertado en la tierra de los anamitas*. Sus ojos rasgados cuando duermen parecen una línea que termina en tres puntos suspensivos. A 156 cm del suelo se levanta una frente pálida, muchas veces oculta detrás de un pelo negro y lacio. Dócil, disciplinada, pacífica recorre el camino que la separa desde la cocina al sofá a las 5:30 de la tarde, donde se toma un té de limón y se hace una cola en el pelo.
Sin embargo, el 11 marzo del 2011 en la tarde Rie estaba paralizada frente al televisor temblando, con sus manos heladas y el pelo regado casi tapándole los ojos. Había sentido y visto como la naturaleza se rebela con fuerza contra quien la intenta doblegar, como un caballo salvaje que sacude el lomo para derribar al que lo espuela. "Un terremoto desvastador" pronunciaban los locutores a la vez que mostraban imágenes de horribles destrozos. Rie pasó la noche sentada en el sofá con los ojos fijos en direción norte. Cuando los primeros rayos del sol atravesaron la habitación, recogió en una mochila una botella de agua, algunos oniguiris**, puso en el bolsillo delantero del pantalón un sobrecito pequeño y se marchó.
¿A dónde fue? Nadie lo supo. Caminó horas y horas, un día, dos, siempre rumbo norte guiada por un mapa, una brújula, el polvo del camino y el silencio agonizante que le sigue los pasos a la desgracia. Y así llegó con la ropa sucia y roida hasta un poblado destruido. Muchos lloraban la pérdida irreparable de sus seres queridos, madres gritando a toda voz los nombres de sus hijos desaparecidos, familias enteras sin nada más que un montón de escombros...escombros, eso es lo único que Rie tenía en sus ojos.
¿Qué había ido a buscar allí? Nadie se lo preguntó. Dócil, disciplinada y pacífica recorrió el camino hasta un lugar que le pareció apropiado. Con las manos, pies y todo el cuerpo comenzó a apartar ruinas de todo tipo. Apiló piedras aquí, palos allá. Limpió la tierra, la aró con sus manos heridas. Sacó del bolsillo del pantalón el sobre que había guardado y sembró unos granos de arroz. Luego se incorporó por un momento y observó que todas las personas antes llorosas o histéricas la miraban con asombro. Entonces, antes de caer desmayada por el cansancio, tomó en la mano un pequeño listón de madera y tatuó en la tierra una frase, una sola frase que secó lágrimas y unió a todo un pueblo: "Gambari-masushou"***
*Así define José Martí a Japón en su texto Un paseo por la tierra de los anamitas, publicado en la revista La edad de oro.
** Bolas de arroz rellenas.
***Frase escrita en japonés. Su traducción al idioma español es "Demos lo mejor de nosotros".