sábado, 19 de marzo de 2011

Los ojos de Rie

Dedicado al pueblo de Japón, 
a los que sufren la pérdida de sus seres queridos, 
a los que construyen nuevos mundos luego de haber sido arrazados,
y en especial a dos amigos que me ayudaron cuando más lo necesitaba. 
Desde el fondo de mi corazón, gracias.   

Todos los días de su vida, Rie ha despertado en la tierra de los anamitas*. Sus ojos rasgados cuando duermen parecen una línea que termina en tres puntos suspensivos. A 156 cm del suelo se levanta una frente pálida, muchas veces oculta detrás de un pelo negro y lacio. Dócil, disciplinada, pacífica recorre el camino que la separa desde la cocina al sofá a las 5:30 de la tarde, donde se toma un té de limón y se hace una cola en el pelo.

Sin embargo, el 11 marzo del 2011 en la tarde Rie estaba paralizada frente al televisor temblando, con sus manos heladas y el pelo regado casi tapándole los ojos. Había sentido y visto como la naturaleza se rebela con fuerza contra quien la intenta doblegar, como un caballo salvaje que sacude el lomo para derribar al que lo espuela. "Un terremoto desvastador" pronunciaban los locutores a la vez que mostraban imágenes de horribles destrozos. Rie pasó la noche sentada en el sofá con los ojos fijos en direción norte. Cuando los primeros rayos del sol atravesaron la habitación, recogió en una mochila una botella de agua, algunos oniguiris**, puso en el bolsillo delantero del pantalón un sobrecito pequeño y se marchó. 

¿A dónde fue? Nadie lo supo. Caminó horas y horas, un día, dos, siempre rumbo norte guiada por un mapa, una brújula, el polvo del camino y el silencio agonizante que le sigue los pasos a la desgracia. Y así llegó con la ropa sucia y roida hasta un poblado destruido. Muchos lloraban la pérdida irreparable de sus seres queridos, madres gritando a toda voz los nombres de sus hijos desaparecidos, familias enteras sin nada más que un montón de escombros...escombros, eso es lo único que Rie tenía en sus ojos. 

¿Qué había ido a buscar allí? Nadie se lo preguntó. Dócil, disciplinada y pacífica recorrió el camino hasta un lugar que le pareció apropiado. Con las manos, pies y todo el cuerpo comenzó a apartar ruinas de todo tipo. Apiló piedras aquí, palos allá. Limpió la tierra, la aró con sus manos heridas. Sacó del bolsillo del pantalón el sobre que había guardado y sembró unos granos de arroz. Luego se incorporó por un momento y observó que todas las personas antes llorosas o histéricas la miraban con asombro. Entonces, antes de caer desmayada por el cansancio, tomó en la mano un pequeño listón de madera y tatuó en la tierra una frase, una sola frase que secó lágrimas y unió a todo un pueblo: "Gambari-masushou"***


*Así define José Martí a Japón en su texto Un paseo por la tierra de los anamitas, publicado en la revista La edad de oro.
** Bolas de arroz rellenas. 
***Frase escrita en japonés. Su traducción al idioma español es "Demos lo mejor de nosotros". 

jueves, 3 de marzo de 2011

Relato de un imposible

Confieso haberla amado desde siempre. Confieso haberla admirado en su andar despreocupado y distraído, haberla sentido en su desnudez infinita que me encrespa las sienes, haberla bebido como torrente que sacia la sed de un loco perdido en el desierto. Acepto la realidad del amor en un solo sentido. Solo el que ama unidireccionalmente, como yo,  puede sufrir la resignación de llenar el pecho con señales que viajan en otra dirección.

Siempre nos vemos en el mismo lugar. Eva se desviste y se mete en la tina. Yo, desde mi sitio, observo la palidez de su rostro y la relajación de sus músculos al sentir el calor de un agua que se bendice con la savia del pecado. Es entonces cuando yo la rozo suavemente para que no se sienta sola entre tanta espuma. Me como sus senos  color rosa claro que como dos locos se irguen ante mi voraz apetito. Ruedo por su vientre removiéndole toda mancha de hombre ajeno a este sagrado instante. Ella frota sus piernas contra mí en un acto de piedad para con mi vehemencia. Y me lleva de la mano hasta su humedad profunda, que me tuerce, que me devora, que me regala un poco de amor y luego se enfría.

He aprendido la ubicación de cada una de sus pecas y lunares. He venerado hasta lo absurdo sus tres formas de sonreír: una para cuando está triste, otra para los demás. La última y más rara, es la que se regala a ella misma, y que yo observo sin que me descubra. En esa sonrisa se funde su cuerpo como si toda ella fuera una boca gigante que se abre entera y explota a carcajadas sin barreras de contención. He odiado las marcas de besos, mordidas y arañazos que pintan su lienzo con el paso del tiempo  y de hombres. He llorado su llanto. He sido y he padecido.

Por eso hoy, desde el comienzo del final de mi vida, pido perdón por haber levantado los ojos por encima de mis hombros para amarla. Es que tan solo soy una esponja amarilla que flota en el agua caliente de su tina y que sueña con que lo imposible se vuelva posible algún día.