viernes, 30 de septiembre de 2011

El reflejo


Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Era hermoso? -preguntó el río.
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
Oscar Wilde



Cuando por fin cerró el libro de cuentos de Oscar Wilde que había repetido más de 20 veces, Eva se contempló en el espejo y quedó satisfecha con su imagen. Giró a la derecha y a la izquierda buscando imperfecciones en el arte ancestral de la pintura del rostro. Se sacudió la ropa, se alisó el pelo, se guiñó un ojo a sí misma y quedó enamorada de su gracia femenina. Al otro lado del espejo, su reflejo siguió sus movimientos con aire aburrido y contrariado, mientras repetía para sus adentros "Cuando sea libre, nunca más  me miraré al espejo".

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Profesor al desnudo

Si un día los ojos de Eva te miran notarías pinchazos por todo el cuerpo que traspasan la ropa y que llegan a lo profundo de tu alma. Eva te observa desnudo aunque llevaras abrigo, siente como tus poros respiran y como te sube el calor a la cara cuando te sientes desprovisto de máscaras y textiles.  Le gusta sentarse en algún lugar escondida y buscar cuerpos que se muevan a su alrededor, ver las carnes moviéndose, las voluptuosidades todas que se mecen y sudan bajo un sol que emana radiaciones caloríficas.   

Sin embargo, Eva no podía “ver” a su profesor de inglés. Y él estaba allí a 5 metros de ella, con su pelo rubio, su acento extraño, una sombra en la barbilla de 3 días sin afeitar, hablando de verbos y conjugaciones. No había nada que molestara más a Eva que no poder “ver”.  Y no por el morbo de observar genitales o el vicio de satisfacer instintos animales. Con una mirada de verdad podía leer a una persona en su totalidad, saber sus secretos, lograr lo que muchos no logran nunca: “conocer”.

Su curiosidad infinita hizo que un mes atrás se sentara en el primer puesto de la clase, molestando el campo visual de Marta la pequeñita del curso que estuvo toda la clase bajo protesta. En el siguiente encuentro trajo gafas de sol bien oscuras que, según ella, eliminan el ruido ambiental y enfocan mejor su mirada. Solo consiguió tropezar con cuanto objeto se ponía en su camino mientras observaba un signo de interrogación debajo del rostro del profesor.

Hace dos semanas que decidió seguirlo para descubrir algo que elimine su escudo anti-miradas. Lo siguió hasta un gimnasio y rápidamente tomó una decisión. ¡Sí, esto sí funcionará! Se dijo mientras sonreía pícaramente. Esperó a que los ejercicios terminaran escondida en un rincón y cuando el profesor caminó hacia los vestidores lo siguió sigilosamente. Se coló en el baño luego de que el profesor cerrara la puerta del compartimiento de la ducha, no había nadie que pudiera poner en peligro su plan. Sin hacer ruidos acercó un banquito pequeño junto a la pared que separa la ducha del pasillo, y se subió al banco. Poco a poco se fue estirando para mirar por encima de la pared que no llegaba al techo, solo miraría un poquito, solo un poco para borrar el signo de interrogación de sus ojos. Pero antes de poder asomar la cabeza por encima de la pared un señor gordo abrió la puerta logrando que Eva perdiera el equilibrio por el miedo a sentirse descubierta, emitiera un grito de horror y cayera de bruces en el suelo. El señor gordo quedó paralizado al ver una mujer en el baño de hombres y no supo que hacer, quedó mudo con la puerta semiabierta sin saber si salir corriendo o entrar a socorrer al cuerpo desplomado. Eva se recuperó en 2 segundos, tiempo suficiente para darse cuenta de la situación y sentir que el profesor intentaba abrir la puerta para saber que ocurría. Se levantó como pudo y salió corriendo espantada, a veces cojeando del pie derecho producto a la rodilla resentida por el golpe.

Eva no dejó de correr hasta que llegar a su casa, entonces se sentó, respiró y pensó aliviada que tenía una semana hasta su próxima clase de inglés para olvidar este asunto. Pero estaba equivocada, una semana era demasiado poco tiempo. Y cuando sintió que el profesor se acercaba al pasillo para entrar al aula, le asaltó de golpe la duda: ¿Y si él la había visto? ¿Si había sentido su olor? ¿O sencillamente el grito le sonó a su timbre de voz? Entonces sintió su cara al rojo vivo, nadie entendería la buena intención de su locura. Ya el profesor estaba a 10 pasos de ella y estaba a punto de subir la mirada para estamparla de un palmazo en la cara de Eva. No pudo aguantar más y salió corriendo empujando la vergüenza que le impedía avanzar.

Llegó hasta un banco en el parque de la esquina, y sin aire en los pulmones se sentó. Reflexionó seriamente por primera vez y repasó cada segundo de su historia. No quería dejar la clase de inglés justo ahora que había aprendido a poner la lengua entre los dientes para decir “teeth”, y que había interiorizado de buen grado la idea absurda de escribir una palabra y que suene diferente. Pero alguien interrumpió sus pensamientos tapándole la visión. Unas manos desconocidas rodeaban sus ojos junto a un murmullo que decía: ¡Hello! Espantada trató de zafarse de aquellas manos y fue entonces que pudo “ver”. Ante sus ojos apareció una foto de un hombre que sonreía y que dejaba ver perfectamente debajo de sus ropas una silueta desnuda.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Yo amo, tú temes, él parte


Confieso haberlos amado a los dos, justo desde el mismo instante en que entraron riendo a la tienda. En la puerta, los peces azules que cuelgan de la campana bailaron en el aire al ritmo provocado por metales que chocan entre si. Aquella música metálica anunciaba el inicio de mi dualidad amatoria como las trompetas cuando anuncian la llegada de la procesión imperial. 

Sé que al inicio los tres fuimos felices, al menos todo lo felices que se puede llegar a ser cuando te dibujas dentro de un triángulo. Siempre preocupados por respetar el área y las distancias entre los vértices, para mantener un triángulo equilátero casi perfecto y armonioso. Pero en secreto yo los amaba más. Mi capacidad de amar es infinita, sobrepasa mis costuras y mi material resistente, curándome en 2 segundos el dolor de sus nombres tatuados en mi espalda. 

Pero la ciencia no siempre es exacta ni perfecta. Las líneas que una vez formaron nuestra figura geométrica se curvaron y hasta se borraron algunos trozos. Todavía me duele la piel de aquella primera vez que me miraste con terror, con odio, luego de que él me usara para pegarte. ¿Cómo pude hacerlo? Todo pasó tan rápido, un chasquido seguido por un grito de dolor me sacó de mi estupor, y quise frenar e intenté pararlo pero todo fue inútil. Como mismo fue inútil que le suplicara que no lo hiciera las demás veces que me usó para dañarte, que fueron varias, muchas, las suficientes para que llorásemos los dos hasta que no quedó más que sangre. Le grité muchas veces que yo, un cinto de cuero marón, no había sido creado como símbolo y objeto para la violencia, pero él nunca escuchó.

Un día me escondí, preferí no verlos para no hacerte daño, aunque los seguí amando en silencio desde un rincón olvidado en el armario, debajo de varias cajas de zapatos. Me encerré en una prisión voluntaria ¿Acaso no era eso lo que merecía? Sí, morir lentamente. Agonicé atormentado por los fantasmas de tus gritos, perdí la noción del tiempo y me salieron arrugas, escamas, mientras sus nombres tatuados se  iban borrando por el paso del tiempo. 

Hasta hoy que vi una luz al final del túnel. Entreabrí los ojos para mirar el nuevo camino que se abriría ante mí. Pero entonces te vi devolviéndome la mirada aterrorizada de antaño. Me habías encontrado en aquel rincón de humedad y polvo. Te olí cansada, con escamas igual que yo. Por el temblor de tus músculos supe que aún me temías, incluso con la vejez asomada a mi rostro. Y los moratones crónicos en tu piel me hablaron de reemplazos más jóvenes que hicieron mi trabajo de verdugo. Sin embargo, tus manos me agarraron y sentí luego de muchos años que mi amor por tí renacía. Me tensaste duro para comprobar que podría resistir un día más. Y yo erguido, firme en mi posición, me sentí perdonado y dispuesto a dar mi último respiro en el éxtasis de tus manos. Luego caminaste hacia él, que sentado de espaldas a nosotros ofrecía un panorama que evoca la tregua luego de una cruenta batalla. Y entonces... ¿Qué haces? ¿Por qué me usas de esta forma? No me aprietes más. Para. ¡PARA! ¡Le estamos haciendo daño!. ¡NOOOOOO!!!!

Solo recuerdo que me soltaste con expresión entre asco y horror, mientras el cadáver de un hombre yacía en el suelo, asfixiado, inerte. Todavía no entiendo cómo convertimos el triángulo en el rectángulo que enmarca la puerta del infierno. No sé porqué la vida nos transformó de esta manera. Si yo a pesar del tiempo los amo, ¿por qué tú me temes, y él por mi culpa, parte?