miércoles, 28 de septiembre de 2011

Profesor al desnudo

Si un día los ojos de Eva te miran notarías pinchazos por todo el cuerpo que traspasan la ropa y que llegan a lo profundo de tu alma. Eva te observa desnudo aunque llevaras abrigo, siente como tus poros respiran y como te sube el calor a la cara cuando te sientes desprovisto de máscaras y textiles.  Le gusta sentarse en algún lugar escondida y buscar cuerpos que se muevan a su alrededor, ver las carnes moviéndose, las voluptuosidades todas que se mecen y sudan bajo un sol que emana radiaciones caloríficas.   

Sin embargo, Eva no podía “ver” a su profesor de inglés. Y él estaba allí a 5 metros de ella, con su pelo rubio, su acento extraño, una sombra en la barbilla de 3 días sin afeitar, hablando de verbos y conjugaciones. No había nada que molestara más a Eva que no poder “ver”.  Y no por el morbo de observar genitales o el vicio de satisfacer instintos animales. Con una mirada de verdad podía leer a una persona en su totalidad, saber sus secretos, lograr lo que muchos no logran nunca: “conocer”.

Su curiosidad infinita hizo que un mes atrás se sentara en el primer puesto de la clase, molestando el campo visual de Marta la pequeñita del curso que estuvo toda la clase bajo protesta. En el siguiente encuentro trajo gafas de sol bien oscuras que, según ella, eliminan el ruido ambiental y enfocan mejor su mirada. Solo consiguió tropezar con cuanto objeto se ponía en su camino mientras observaba un signo de interrogación debajo del rostro del profesor.

Hace dos semanas que decidió seguirlo para descubrir algo que elimine su escudo anti-miradas. Lo siguió hasta un gimnasio y rápidamente tomó una decisión. ¡Sí, esto sí funcionará! Se dijo mientras sonreía pícaramente. Esperó a que los ejercicios terminaran escondida en un rincón y cuando el profesor caminó hacia los vestidores lo siguió sigilosamente. Se coló en el baño luego de que el profesor cerrara la puerta del compartimiento de la ducha, no había nadie que pudiera poner en peligro su plan. Sin hacer ruidos acercó un banquito pequeño junto a la pared que separa la ducha del pasillo, y se subió al banco. Poco a poco se fue estirando para mirar por encima de la pared que no llegaba al techo, solo miraría un poquito, solo un poco para borrar el signo de interrogación de sus ojos. Pero antes de poder asomar la cabeza por encima de la pared un señor gordo abrió la puerta logrando que Eva perdiera el equilibrio por el miedo a sentirse descubierta, emitiera un grito de horror y cayera de bruces en el suelo. El señor gordo quedó paralizado al ver una mujer en el baño de hombres y no supo que hacer, quedó mudo con la puerta semiabierta sin saber si salir corriendo o entrar a socorrer al cuerpo desplomado. Eva se recuperó en 2 segundos, tiempo suficiente para darse cuenta de la situación y sentir que el profesor intentaba abrir la puerta para saber que ocurría. Se levantó como pudo y salió corriendo espantada, a veces cojeando del pie derecho producto a la rodilla resentida por el golpe.

Eva no dejó de correr hasta que llegar a su casa, entonces se sentó, respiró y pensó aliviada que tenía una semana hasta su próxima clase de inglés para olvidar este asunto. Pero estaba equivocada, una semana era demasiado poco tiempo. Y cuando sintió que el profesor se acercaba al pasillo para entrar al aula, le asaltó de golpe la duda: ¿Y si él la había visto? ¿Si había sentido su olor? ¿O sencillamente el grito le sonó a su timbre de voz? Entonces sintió su cara al rojo vivo, nadie entendería la buena intención de su locura. Ya el profesor estaba a 10 pasos de ella y estaba a punto de subir la mirada para estamparla de un palmazo en la cara de Eva. No pudo aguantar más y salió corriendo empujando la vergüenza que le impedía avanzar.

Llegó hasta un banco en el parque de la esquina, y sin aire en los pulmones se sentó. Reflexionó seriamente por primera vez y repasó cada segundo de su historia. No quería dejar la clase de inglés justo ahora que había aprendido a poner la lengua entre los dientes para decir “teeth”, y que había interiorizado de buen grado la idea absurda de escribir una palabra y que suene diferente. Pero alguien interrumpió sus pensamientos tapándole la visión. Unas manos desconocidas rodeaban sus ojos junto a un murmullo que decía: ¡Hello! Espantada trató de zafarse de aquellas manos y fue entonces que pudo “ver”. Ante sus ojos apareció una foto de un hombre que sonreía y que dejaba ver perfectamente debajo de sus ropas una silueta desnuda.

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