Sin embargo, Eva no podía “ver”
a su profesor de inglés. Y él estaba allí a 5 metros de ella, con su pelo
rubio, su acento extraño, una sombra en la barbilla de 3 días sin afeitar,
hablando de verbos y conjugaciones. No había nada que molestara más a Eva que
no poder “ver”. Y no por el morbo de
observar genitales o el vicio de satisfacer instintos animales. Con una mirada
de verdad podía leer a una persona en su totalidad, saber sus secretos, lograr
lo que muchos no logran nunca: “conocer”.
Su curiosidad infinita hizo que
un mes atrás se sentara en el primer puesto de la clase, molestando el campo
visual de Marta la pequeñita del curso que estuvo toda la clase bajo protesta.
En el siguiente encuentro trajo gafas de sol bien oscuras que, según ella,
eliminan el ruido ambiental y enfocan mejor su mirada. Solo consiguió tropezar
con cuanto objeto se ponía en su camino mientras observaba un signo de
interrogación debajo del rostro del profesor.
Hace dos semanas que decidió seguirlo
para descubrir algo que elimine su escudo anti-miradas. Lo siguió hasta un
gimnasio y rápidamente tomó una decisión. ¡Sí, esto sí funcionará! Se dijo
mientras sonreía pícaramente. Esperó a que los ejercicios terminaran escondida
en un rincón y cuando el profesor caminó hacia los vestidores lo siguió
sigilosamente. Se coló en el baño luego de que el profesor cerrara la puerta
del compartimiento de la ducha, no había nadie que pudiera poner en peligro su
plan. Sin hacer ruidos acercó un banquito pequeño junto a la pared que separa
la ducha del pasillo, y se subió al banco. Poco a poco se fue estirando para
mirar por encima de la pared que no llegaba al techo, solo miraría un poquito,
solo un poco para borrar el signo de interrogación de sus ojos. Pero antes de poder
asomar la cabeza por encima de la pared un señor gordo abrió la puerta logrando
que Eva perdiera el equilibrio por el miedo a sentirse descubierta, emitiera un
grito de horror y cayera de bruces en el suelo. El señor gordo quedó paralizado
al ver una mujer en el baño de hombres y no supo que hacer, quedó mudo con la
puerta semiabierta sin saber si salir corriendo o entrar a socorrer al cuerpo
desplomado. Eva se recuperó en 2 segundos, tiempo suficiente para darse cuenta
de la situación y sentir que el profesor intentaba abrir la puerta para saber
que ocurría. Se levantó como pudo y salió corriendo espantada, a veces cojeando
del pie derecho producto a la rodilla resentida por el golpe.
Eva no dejó de correr hasta que
llegar a su casa, entonces se sentó, respiró y pensó aliviada que tenía una
semana hasta su próxima clase de inglés para olvidar este asunto. Pero estaba
equivocada, una semana era demasiado poco tiempo. Y cuando sintió que el
profesor se acercaba al pasillo para entrar al aula, le asaltó de golpe la
duda: ¿Y si él la había visto? ¿Si había sentido su olor? ¿O sencillamente el
grito le sonó a su timbre de voz? Entonces sintió su cara al rojo vivo, nadie
entendería la buena intención de su locura. Ya el profesor estaba a 10 pasos de
ella y estaba a punto de subir la mirada para estamparla de un palmazo en la
cara de Eva. No pudo aguantar más y salió corriendo empujando la vergüenza que
le impedía avanzar.
Llegó hasta un banco en el parque de la esquina,
y sin aire en los pulmones se sentó. Reflexionó seriamente por primera vez y
repasó cada segundo de su historia. No quería dejar la clase de inglés justo
ahora que había aprendido a poner la lengua entre los dientes para decir
“teeth”, y que había interiorizado de buen grado la idea absurda de escribir
una palabra y que suene diferente. Pero alguien interrumpió sus pensamientos
tapándole la visión. Unas manos desconocidas rodeaban sus ojos junto a un
murmullo que decía: ¡Hello! Espantada trató de zafarse de aquellas manos y fue
entonces que pudo “ver”. Ante sus ojos apareció una foto de un hombre que
sonreía y que dejaba ver perfectamente debajo de sus ropas una silueta desnuda.
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