domingo, 4 de septiembre de 2011

Yo amo, tú temes, él parte


Confieso haberlos amado a los dos, justo desde el mismo instante en que entraron riendo a la tienda. En la puerta, los peces azules que cuelgan de la campana bailaron en el aire al ritmo provocado por metales que chocan entre si. Aquella música metálica anunciaba el inicio de mi dualidad amatoria como las trompetas cuando anuncian la llegada de la procesión imperial. 

Sé que al inicio los tres fuimos felices, al menos todo lo felices que se puede llegar a ser cuando te dibujas dentro de un triángulo. Siempre preocupados por respetar el área y las distancias entre los vértices, para mantener un triángulo equilátero casi perfecto y armonioso. Pero en secreto yo los amaba más. Mi capacidad de amar es infinita, sobrepasa mis costuras y mi material resistente, curándome en 2 segundos el dolor de sus nombres tatuados en mi espalda. 

Pero la ciencia no siempre es exacta ni perfecta. Las líneas que una vez formaron nuestra figura geométrica se curvaron y hasta se borraron algunos trozos. Todavía me duele la piel de aquella primera vez que me miraste con terror, con odio, luego de que él me usara para pegarte. ¿Cómo pude hacerlo? Todo pasó tan rápido, un chasquido seguido por un grito de dolor me sacó de mi estupor, y quise frenar e intenté pararlo pero todo fue inútil. Como mismo fue inútil que le suplicara que no lo hiciera las demás veces que me usó para dañarte, que fueron varias, muchas, las suficientes para que llorásemos los dos hasta que no quedó más que sangre. Le grité muchas veces que yo, un cinto de cuero marón, no había sido creado como símbolo y objeto para la violencia, pero él nunca escuchó.

Un día me escondí, preferí no verlos para no hacerte daño, aunque los seguí amando en silencio desde un rincón olvidado en el armario, debajo de varias cajas de zapatos. Me encerré en una prisión voluntaria ¿Acaso no era eso lo que merecía? Sí, morir lentamente. Agonicé atormentado por los fantasmas de tus gritos, perdí la noción del tiempo y me salieron arrugas, escamas, mientras sus nombres tatuados se  iban borrando por el paso del tiempo. 

Hasta hoy que vi una luz al final del túnel. Entreabrí los ojos para mirar el nuevo camino que se abriría ante mí. Pero entonces te vi devolviéndome la mirada aterrorizada de antaño. Me habías encontrado en aquel rincón de humedad y polvo. Te olí cansada, con escamas igual que yo. Por el temblor de tus músculos supe que aún me temías, incluso con la vejez asomada a mi rostro. Y los moratones crónicos en tu piel me hablaron de reemplazos más jóvenes que hicieron mi trabajo de verdugo. Sin embargo, tus manos me agarraron y sentí luego de muchos años que mi amor por tí renacía. Me tensaste duro para comprobar que podría resistir un día más. Y yo erguido, firme en mi posición, me sentí perdonado y dispuesto a dar mi último respiro en el éxtasis de tus manos. Luego caminaste hacia él, que sentado de espaldas a nosotros ofrecía un panorama que evoca la tregua luego de una cruenta batalla. Y entonces... ¿Qué haces? ¿Por qué me usas de esta forma? No me aprietes más. Para. ¡PARA! ¡Le estamos haciendo daño!. ¡NOOOOOO!!!!

Solo recuerdo que me soltaste con expresión entre asco y horror, mientras el cadáver de un hombre yacía en el suelo, asfixiado, inerte. Todavía no entiendo cómo convertimos el triángulo en el rectángulo que enmarca la puerta del infierno. No sé porqué la vida nos transformó de esta manera. Si yo a pesar del tiempo los amo, ¿por qué tú me temes, y él por mi culpa, parte? 

2 comentarios:

  1. Jojojo lo tuve que leer mas de una vez hasta que entendí la relación con la imagen...me encantó muy bueno :)

    ResponderEliminar
  2. Gracias amiga!!! Me das ánimos para seguir escribiendo.

    ResponderEliminar