martes, 22 de noviembre de 2011

Al final del túnel

"Dedicado a los que atravesaron el túnel ese jueves"

Lo descubrí corriendo detrás de un trozo de papel que el viento gélido de febrero le había arrebatado. A duras penas logró montar en el vagón del tren, casi con las puertas cerrando en su cara. Recuerdo su sobretodo negro y su bufanda de rayas desarreglada por el apuro. De eso han pasado 25 amaneceres, y desde entonces mi hora favorita la acompaño con un bostezo y un suspiro al verle subir el vagón justo a las 7:23am.

Se sienta en frente de mí a 4 bancos de distancias. Sé que nunca me ha mirado, ¿quién soy yo?, solo una pasajera más de este tren que se puso hoy un vestido verde porque quizás ese color le guste, y que ayer se compró el libro que la semana anterior él se estaba leyendo. No sé su nombre, pero un Antonio le quedaría bien o tal vez Carlos, o quizás... Vuelvo la cabeza al cristal humedecido y sueño que me vuelvo valiente, que finjo un tropiezo para caer justo encima de sus rodillas. Entonces me agarra fuerte y me dice con toda la cortesía del mundo -"Perdón señorita, ¿se hizo usted daño?"-. Ahí siempre las bocinas me despiertan anunciando la pronta llegada de la estación de Atocha. Y me quedo helada, sin saber qué hacer si me habla o si me mira, porque ya no soy valiente, porque ya volví a tener 158 cm de altura y la cara colorada por el frío. El tren se detiene justo para verlo una vez más antes de bajarme. Él pasa la página de su libro, se rasca la cabeza y yo le sonrío como diciendo "Buen viaje".

Ya es jueves, el 11 de marzo llegó sin darme cuenta. A esta hora solo un pensamiento me rodea, y es mirar a los pasajeros que se montan en la puerta 5 buscando su cara pálida, pero hoy no lo encontré. Bajé la cabeza y juro que la decepción me opacó los ojos por unos segundos, hasta que una voz amable se dirigió a mi -"¿Me puedo sentar a su lado?"-, y ahí estaba él señalando mi bolso sobre el asiento. Con el corazón paralizado que dolía en el pecho, asentí con la cabeza y retiré el bolso. Mi alrededor se transformó en diciembre, se me helaron las manos y creo que hasta sentí escarchas en mi boca. Puse mis ojos en el cristal sin valor para mover ni un músculo. Seguro pensó "que chica más tonta", me quiero morir. Entonces, por el reflejo del cristal veo que levanta una mano y me dice: "-¿Sabes? Este café lo compré porque el jueves pasado usted se le derramó uno igual al bajarse del tren. El miércoles anterior se comió usted una rosquilla y se puso un poco molesta cuando el azúcar le cayó en su vestido verde, muy bonito por cierto. Por eso hoy la compré con una servilleta. El martes volteó dos veces el libro que tenía en sus manos, como buscando algo interesante aunque fuera de revés. La verdad es que ese libro me lo leí la semana pasada solo por compromiso con un amigo que es el escritor, pero si me permite no se lo recomiendo-".

Escuché sus palabras casi sin poder moverme, maldito el frío de mi asiento que me heló hasta los huesos. Y oigo la bocina que grita a toda voz mi parada, ¿ya llegamos? ¿a dónde fueron a parar los minutos?. Con todas mis fuerzas vuelvo el rostro y veo su sonrisa, y yo sonrío también. Me muestra sus regalos, me pone el café caliente entre las manos. Con el dedo índice de la mano derecha me acomoda un mechón de pelo rebelde por detrás de la oreja, y asiente como diciendo "ahora estás lista". Le doy las gracias muy bajo, a estas alturas es el único sonido que puedo pronunciar. Y es entonces que llega el túnel, ese túnel que anuncia el final de mi viaje, ese túnel que apaga su silueta y que nunca, nunca termina.

"Madrid, 11 de marzo de 2004, 7.37 horas. Una bomba explota en las cercanías de la estación de AtochaApenas un minuto después se producen otras dos explosiones en el mismo tren. El caos y el desconcierto invaden..."

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*Basado en la canción "Jueves" del grupo español "La oreja de Van Gogh"



viernes, 30 de septiembre de 2011

El reflejo


Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Era hermoso? -preguntó el río.
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
Oscar Wilde



Cuando por fin cerró el libro de cuentos de Oscar Wilde que había repetido más de 20 veces, Eva se contempló en el espejo y quedó satisfecha con su imagen. Giró a la derecha y a la izquierda buscando imperfecciones en el arte ancestral de la pintura del rostro. Se sacudió la ropa, se alisó el pelo, se guiñó un ojo a sí misma y quedó enamorada de su gracia femenina. Al otro lado del espejo, su reflejo siguió sus movimientos con aire aburrido y contrariado, mientras repetía para sus adentros "Cuando sea libre, nunca más  me miraré al espejo".

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Profesor al desnudo

Si un día los ojos de Eva te miran notarías pinchazos por todo el cuerpo que traspasan la ropa y que llegan a lo profundo de tu alma. Eva te observa desnudo aunque llevaras abrigo, siente como tus poros respiran y como te sube el calor a la cara cuando te sientes desprovisto de máscaras y textiles.  Le gusta sentarse en algún lugar escondida y buscar cuerpos que se muevan a su alrededor, ver las carnes moviéndose, las voluptuosidades todas que se mecen y sudan bajo un sol que emana radiaciones caloríficas.   

Sin embargo, Eva no podía “ver” a su profesor de inglés. Y él estaba allí a 5 metros de ella, con su pelo rubio, su acento extraño, una sombra en la barbilla de 3 días sin afeitar, hablando de verbos y conjugaciones. No había nada que molestara más a Eva que no poder “ver”.  Y no por el morbo de observar genitales o el vicio de satisfacer instintos animales. Con una mirada de verdad podía leer a una persona en su totalidad, saber sus secretos, lograr lo que muchos no logran nunca: “conocer”.

Su curiosidad infinita hizo que un mes atrás se sentara en el primer puesto de la clase, molestando el campo visual de Marta la pequeñita del curso que estuvo toda la clase bajo protesta. En el siguiente encuentro trajo gafas de sol bien oscuras que, según ella, eliminan el ruido ambiental y enfocan mejor su mirada. Solo consiguió tropezar con cuanto objeto se ponía en su camino mientras observaba un signo de interrogación debajo del rostro del profesor.

Hace dos semanas que decidió seguirlo para descubrir algo que elimine su escudo anti-miradas. Lo siguió hasta un gimnasio y rápidamente tomó una decisión. ¡Sí, esto sí funcionará! Se dijo mientras sonreía pícaramente. Esperó a que los ejercicios terminaran escondida en un rincón y cuando el profesor caminó hacia los vestidores lo siguió sigilosamente. Se coló en el baño luego de que el profesor cerrara la puerta del compartimiento de la ducha, no había nadie que pudiera poner en peligro su plan. Sin hacer ruidos acercó un banquito pequeño junto a la pared que separa la ducha del pasillo, y se subió al banco. Poco a poco se fue estirando para mirar por encima de la pared que no llegaba al techo, solo miraría un poquito, solo un poco para borrar el signo de interrogación de sus ojos. Pero antes de poder asomar la cabeza por encima de la pared un señor gordo abrió la puerta logrando que Eva perdiera el equilibrio por el miedo a sentirse descubierta, emitiera un grito de horror y cayera de bruces en el suelo. El señor gordo quedó paralizado al ver una mujer en el baño de hombres y no supo que hacer, quedó mudo con la puerta semiabierta sin saber si salir corriendo o entrar a socorrer al cuerpo desplomado. Eva se recuperó en 2 segundos, tiempo suficiente para darse cuenta de la situación y sentir que el profesor intentaba abrir la puerta para saber que ocurría. Se levantó como pudo y salió corriendo espantada, a veces cojeando del pie derecho producto a la rodilla resentida por el golpe.

Eva no dejó de correr hasta que llegar a su casa, entonces se sentó, respiró y pensó aliviada que tenía una semana hasta su próxima clase de inglés para olvidar este asunto. Pero estaba equivocada, una semana era demasiado poco tiempo. Y cuando sintió que el profesor se acercaba al pasillo para entrar al aula, le asaltó de golpe la duda: ¿Y si él la había visto? ¿Si había sentido su olor? ¿O sencillamente el grito le sonó a su timbre de voz? Entonces sintió su cara al rojo vivo, nadie entendería la buena intención de su locura. Ya el profesor estaba a 10 pasos de ella y estaba a punto de subir la mirada para estamparla de un palmazo en la cara de Eva. No pudo aguantar más y salió corriendo empujando la vergüenza que le impedía avanzar.

Llegó hasta un banco en el parque de la esquina, y sin aire en los pulmones se sentó. Reflexionó seriamente por primera vez y repasó cada segundo de su historia. No quería dejar la clase de inglés justo ahora que había aprendido a poner la lengua entre los dientes para decir “teeth”, y que había interiorizado de buen grado la idea absurda de escribir una palabra y que suene diferente. Pero alguien interrumpió sus pensamientos tapándole la visión. Unas manos desconocidas rodeaban sus ojos junto a un murmullo que decía: ¡Hello! Espantada trató de zafarse de aquellas manos y fue entonces que pudo “ver”. Ante sus ojos apareció una foto de un hombre que sonreía y que dejaba ver perfectamente debajo de sus ropas una silueta desnuda.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Yo amo, tú temes, él parte


Confieso haberlos amado a los dos, justo desde el mismo instante en que entraron riendo a la tienda. En la puerta, los peces azules que cuelgan de la campana bailaron en el aire al ritmo provocado por metales que chocan entre si. Aquella música metálica anunciaba el inicio de mi dualidad amatoria como las trompetas cuando anuncian la llegada de la procesión imperial. 

Sé que al inicio los tres fuimos felices, al menos todo lo felices que se puede llegar a ser cuando te dibujas dentro de un triángulo. Siempre preocupados por respetar el área y las distancias entre los vértices, para mantener un triángulo equilátero casi perfecto y armonioso. Pero en secreto yo los amaba más. Mi capacidad de amar es infinita, sobrepasa mis costuras y mi material resistente, curándome en 2 segundos el dolor de sus nombres tatuados en mi espalda. 

Pero la ciencia no siempre es exacta ni perfecta. Las líneas que una vez formaron nuestra figura geométrica se curvaron y hasta se borraron algunos trozos. Todavía me duele la piel de aquella primera vez que me miraste con terror, con odio, luego de que él me usara para pegarte. ¿Cómo pude hacerlo? Todo pasó tan rápido, un chasquido seguido por un grito de dolor me sacó de mi estupor, y quise frenar e intenté pararlo pero todo fue inútil. Como mismo fue inútil que le suplicara que no lo hiciera las demás veces que me usó para dañarte, que fueron varias, muchas, las suficientes para que llorásemos los dos hasta que no quedó más que sangre. Le grité muchas veces que yo, un cinto de cuero marón, no había sido creado como símbolo y objeto para la violencia, pero él nunca escuchó.

Un día me escondí, preferí no verlos para no hacerte daño, aunque los seguí amando en silencio desde un rincón olvidado en el armario, debajo de varias cajas de zapatos. Me encerré en una prisión voluntaria ¿Acaso no era eso lo que merecía? Sí, morir lentamente. Agonicé atormentado por los fantasmas de tus gritos, perdí la noción del tiempo y me salieron arrugas, escamas, mientras sus nombres tatuados se  iban borrando por el paso del tiempo. 

Hasta hoy que vi una luz al final del túnel. Entreabrí los ojos para mirar el nuevo camino que se abriría ante mí. Pero entonces te vi devolviéndome la mirada aterrorizada de antaño. Me habías encontrado en aquel rincón de humedad y polvo. Te olí cansada, con escamas igual que yo. Por el temblor de tus músculos supe que aún me temías, incluso con la vejez asomada a mi rostro. Y los moratones crónicos en tu piel me hablaron de reemplazos más jóvenes que hicieron mi trabajo de verdugo. Sin embargo, tus manos me agarraron y sentí luego de muchos años que mi amor por tí renacía. Me tensaste duro para comprobar que podría resistir un día más. Y yo erguido, firme en mi posición, me sentí perdonado y dispuesto a dar mi último respiro en el éxtasis de tus manos. Luego caminaste hacia él, que sentado de espaldas a nosotros ofrecía un panorama que evoca la tregua luego de una cruenta batalla. Y entonces... ¿Qué haces? ¿Por qué me usas de esta forma? No me aprietes más. Para. ¡PARA! ¡Le estamos haciendo daño!. ¡NOOOOOO!!!!

Solo recuerdo que me soltaste con expresión entre asco y horror, mientras el cadáver de un hombre yacía en el suelo, asfixiado, inerte. Todavía no entiendo cómo convertimos el triángulo en el rectángulo que enmarca la puerta del infierno. No sé porqué la vida nos transformó de esta manera. Si yo a pesar del tiempo los amo, ¿por qué tú me temes, y él por mi culpa, parte? 

sábado, 19 de marzo de 2011

Los ojos de Rie

Dedicado al pueblo de Japón, 
a los que sufren la pérdida de sus seres queridos, 
a los que construyen nuevos mundos luego de haber sido arrazados,
y en especial a dos amigos que me ayudaron cuando más lo necesitaba. 
Desde el fondo de mi corazón, gracias.   

Todos los días de su vida, Rie ha despertado en la tierra de los anamitas*. Sus ojos rasgados cuando duermen parecen una línea que termina en tres puntos suspensivos. A 156 cm del suelo se levanta una frente pálida, muchas veces oculta detrás de un pelo negro y lacio. Dócil, disciplinada, pacífica recorre el camino que la separa desde la cocina al sofá a las 5:30 de la tarde, donde se toma un té de limón y se hace una cola en el pelo.

Sin embargo, el 11 marzo del 2011 en la tarde Rie estaba paralizada frente al televisor temblando, con sus manos heladas y el pelo regado casi tapándole los ojos. Había sentido y visto como la naturaleza se rebela con fuerza contra quien la intenta doblegar, como un caballo salvaje que sacude el lomo para derribar al que lo espuela. "Un terremoto desvastador" pronunciaban los locutores a la vez que mostraban imágenes de horribles destrozos. Rie pasó la noche sentada en el sofá con los ojos fijos en direción norte. Cuando los primeros rayos del sol atravesaron la habitación, recogió en una mochila una botella de agua, algunos oniguiris**, puso en el bolsillo delantero del pantalón un sobrecito pequeño y se marchó. 

¿A dónde fue? Nadie lo supo. Caminó horas y horas, un día, dos, siempre rumbo norte guiada por un mapa, una brújula, el polvo del camino y el silencio agonizante que le sigue los pasos a la desgracia. Y así llegó con la ropa sucia y roida hasta un poblado destruido. Muchos lloraban la pérdida irreparable de sus seres queridos, madres gritando a toda voz los nombres de sus hijos desaparecidos, familias enteras sin nada más que un montón de escombros...escombros, eso es lo único que Rie tenía en sus ojos. 

¿Qué había ido a buscar allí? Nadie se lo preguntó. Dócil, disciplinada y pacífica recorrió el camino hasta un lugar que le pareció apropiado. Con las manos, pies y todo el cuerpo comenzó a apartar ruinas de todo tipo. Apiló piedras aquí, palos allá. Limpió la tierra, la aró con sus manos heridas. Sacó del bolsillo del pantalón el sobre que había guardado y sembró unos granos de arroz. Luego se incorporó por un momento y observó que todas las personas antes llorosas o histéricas la miraban con asombro. Entonces, antes de caer desmayada por el cansancio, tomó en la mano un pequeño listón de madera y tatuó en la tierra una frase, una sola frase que secó lágrimas y unió a todo un pueblo: "Gambari-masushou"***


*Así define José Martí a Japón en su texto Un paseo por la tierra de los anamitas, publicado en la revista La edad de oro.
** Bolas de arroz rellenas. 
***Frase escrita en japonés. Su traducción al idioma español es "Demos lo mejor de nosotros". 

jueves, 3 de marzo de 2011

Relato de un imposible

Confieso haberla amado desde siempre. Confieso haberla admirado en su andar despreocupado y distraído, haberla sentido en su desnudez infinita que me encrespa las sienes, haberla bebido como torrente que sacia la sed de un loco perdido en el desierto. Acepto la realidad del amor en un solo sentido. Solo el que ama unidireccionalmente, como yo,  puede sufrir la resignación de llenar el pecho con señales que viajan en otra dirección.

Siempre nos vemos en el mismo lugar. Eva se desviste y se mete en la tina. Yo, desde mi sitio, observo la palidez de su rostro y la relajación de sus músculos al sentir el calor de un agua que se bendice con la savia del pecado. Es entonces cuando yo la rozo suavemente para que no se sienta sola entre tanta espuma. Me como sus senos  color rosa claro que como dos locos se irguen ante mi voraz apetito. Ruedo por su vientre removiéndole toda mancha de hombre ajeno a este sagrado instante. Ella frota sus piernas contra mí en un acto de piedad para con mi vehemencia. Y me lleva de la mano hasta su humedad profunda, que me tuerce, que me devora, que me regala un poco de amor y luego se enfría.

He aprendido la ubicación de cada una de sus pecas y lunares. He venerado hasta lo absurdo sus tres formas de sonreír: una para cuando está triste, otra para los demás. La última y más rara, es la que se regala a ella misma, y que yo observo sin que me descubra. En esa sonrisa se funde su cuerpo como si toda ella fuera una boca gigante que se abre entera y explota a carcajadas sin barreras de contención. He odiado las marcas de besos, mordidas y arañazos que pintan su lienzo con el paso del tiempo  y de hombres. He llorado su llanto. He sido y he padecido.

Por eso hoy, desde el comienzo del final de mi vida, pido perdón por haber levantado los ojos por encima de mis hombros para amarla. Es que tan solo soy una esponja amarilla que flota en el agua caliente de su tina y que sueña con que lo imposible se vuelva posible algún día.

sábado, 19 de febrero de 2011

Mar adentro

"...creo que me va arrastrando mar adentro"
Verso de una canción de Buena Fé


Dos bocas que pronuncian las mismas palabras, dos frentes que fruncen al mismo tiempo, dos cuerpos distantes que se mueven como uno solo, sus nombres: Lucía y Alberto. Nunca llegaron a mirarse a los ojos. Estaban atados a cada extremo de un hilo que se extendía más allá de caminos y creencias. Vivían realidades distintas en lugares diferentes, pero cada día compartían un mismo instante de tiempo. Ya fuera un segundo o una hora se fundían en un solo cuerpo.  

El lunes a las 7:05pm ambos rieron cuando los sorprendió la lluvia sin paraguas: ella cruzando los cerros que separan su casa de tablones azules de la escuelita donde enseña a los niños de "Valle Grande", él sentado en el banco del "Parque Central" luego de un día de trabajo agotador.  El martes a las 9:46am, ambos estornudaron y tomaron té caliente con limón para aliviar un molesto resfriado: ella leyendo un libro sentada en un sillón de la sala, él tirado en el sofá con revistas de Play Boy regadas en el suelo. El miércoles a las 7:47am recibieron una carta que con desesperación abrieron y leyeron el contenido: ella lloró ante la noticia del fallecimiento de su único familiar vivo, él bajó la cabeza triste por la notificación de un despido inesperado. El jueves a las 10:04pm ambos... El viernes a las... 

El sábado, ese sábado de amanecer tardío y neblinoso, como si el sol tuviera pereza o no quisiera ser testigo de lo que iba a ocurrir. Ese sábado a las 6:36am él estrelló su bote viejo de pescar contra unos arrecifes que no logró ver por la niebla. Justo a esa misma hora ella, con una mirada perdida en el horizonte, se lanzó a volar como un pájaro desde lo alto de un desfiladero hasta caer en un mar agitado y embravecido. Sin embargo, en el Diario de la Vida estaba escrito un encuentro más, a las 3:10pm de ese mismo sábado dos cuerpos abrazados flotaban mar adentro, sus nombres: Lucía y Alberto.  

martes, 8 de febrero de 2011

Lo que necesitas es amor


Desde que la conozco, Eva se enamora de muchas cosas y muy seguido. Es un amor puro, casi idílico y prácticamente incondicional a todo aquello que le resulte interesante o simplemente "raro". Eva ama los sábados soleados y los domingos lluviosos, el olor a madera, las manchas casi imperceptibles de los techos. Puede facinarle incluso un bostezo si viene acompañado por un suspiro de melancolía. Eva se enamora de las hojas de papel volando en el viento (que podrían ser cartas de amigos que el tiempo ha olvidado); del botón de una blusa o camisa que se haya caído (quizás un recuerdo de amores impacientes);  de hebras de hilos de muchos colores (para sentir que tiene el arcoiris en sus manos); de palabras mensajeras (las que llevan significados distintos a personas diferentes). Ayer Eva se enamoró de un cuento. Lo amó tantas veces hasta que supo de memoria cada signo de puntuación. Lo bebió sorbo a sorbo y cuando se sintió agotada de tanto sentimiento, cerró los ojos y soñó...

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Lánguida, de piel muy blanca, más bien menuda pero bien proporcionada y grácil, Ma no era activa pero tampoco podía aplicársele el calificativo de apática, o al menos eso opinaba él al poco de conocerla. No era la encarnación de la alegría, cierto, pensó cuando decidió pedirle matrimonio, pero en ocasiones, cuando creía que nadie la observaba, él descubría que su mirada destellaba brillos de una suerte de malicia cosquilleante e ingenua que le llenaba de ternura. En su vida cotidiana, no era una mujer entusiasta que aliviara la, con frecuencia, monotonía de la vida en común. Aunque, a decir verdad, su vida en común no abarcaba solo a ellos dos, sino también a la madre y a la hermana mayor de su mujer, ambas increíblemente parecidas a ella pero, pensó él al conocerlas, con una diferencia inquietante: los rasgos físicos y de personalidad que compartían las tres mujeres aparecían más exagerados en la madre y en la hermana mayor y, en su acentuación, se le antojaban sumamente peligrosos. La languidez de Ma era casi postración en las otras dos; su elegante lentitud, pura indolencia; su falta de alegría, insatisfacción constante, y, en su fin, su inactividad, dejadez absoluta. Además, madre y hermana mayor carecían de aquel interminente brillo que, de vez en cuando, muy de vez en cuando, chispeaba en la mirada de Ma. Por eso, ante el temor de que la madre y la hermana mayor pudieran representar el futuro de su mujer, no dudó él en jugarse el todo por el todo cuando, al año de haberse consumado el matrimonio ante el altar, la mirada de Ma dejó de brillar durante meses, ella empezó a vivir casi la mitad del día en la cama, como su madre y su hermana mayor; su tez, antes pálida, se tornó cadavérica; su figura menuda empezaba a ser esquelética y...

Nunca hubiera podido imaginárselo, pero resultó ser cierto: un matrimonio no solo se consuma ante el altar. Puesto en práctica el remedio, Ma abandonó el lecho de día a no ser que consiguiera, pergeñando tretas casi infantiles, arrastrarlo a él consigo; empezó a infundir ritmos musicales a la marcha de la casa, aplicando distintas canciones olvidadas a cada actividad hogareña, se la oía reír por los pasillos, se extrañaba de ganar peso sin comer más de lo habitual, la tenía todo el día encima, haciéndole carantoñas, en fin, había dado en clavo. Debía reconocerlo. Aunque, en su fuero interno, ahora consideraba a Ma excesivamente rígida al hacerle cumplir con sus obligaciones maritales de modo, en su opinión personal, exagerado, y al calificar de egoísmo su tendencia a disminuir el ejercicio marital. Pero no quería ser egoísta, de modo que a los insistentes lamentos de Ma referentes al estado de postración de su madre y de su hermana mayor, pensó que no le quedaba más remedio que cumplir con los deberes de su función de hombre de la casa: ya eran tres las que se pasaban el día cantando por los pasillos, tres las que recobraban color y lozanía, tres las que mantenían la casa radiante de orden, de limpieza y de alegría. Tres.

Fue él quien empezó a adelgazar, a inquietarse por cualquier nadería, a adquirir un tono de piel ceniciento, a descubrirse una mirada apagada, muerta, ante el espejo, a arrastrar los pies al caminar por el pasillo, a desear no levantarse de la cama y pasarse el día encerrado, a oscuras. El anuncio de la llegada de la hermana menor le aterró: ¡cuatro, no! Pero su aparición fue como un milagro: alta, robusta, enérgica, la tez coloreada por el sol... parecía de otra familia. Respiró aliviado. Pero no fue milagro, sino mero espejismo. Sentado en un sillón de la sala de estar, a solas, en silencio, no la oyó llegar, y el pánico se apoderó de él cuando el cuerpazo lleno de vida de la hermana menor se le vino encima y oyó que, en voz insinuante y queda, le susurraba al oído: "Pobrecito, estás que das pena, déjate hacer, yo sé que lo que necesitas es amor.


(Fragmento del cuento "Lo que necesitas es amor ", escrito por Ana María Moix.)

domingo, 30 de enero de 2011

Dicen en el pueblo que se ha(n) vuelto loca(s)

"Ana la campana, toca, toca y toca, 
dicen en el pueblo que se ha vuelto loca"
Ada Elba Pérez


María Olga fue única en su tipo hasta los últimos días de su vida. Antes de morir, María trajo al mundo una pequeña niña a la que bautizó como Ángela Rebeca, marcándola desde su nombramiento con la dualidad existencial de llevar dos nombres tan diferentes.

Desde pequeña, Ángela fue todo lo perfecta que se puede llegar a ser. Asistió regularmente a la escuela, saludaba a los vecinos, ayudaba a los ancianos. Sin embargo, Rebeca resultó ser arisca y rebelde, se reía de los demás niños, abusaba de los animales. Era la jefa de la pandilla de los "descalzos" y la primera en entrarse a golpes con las pandillas de los otros barrios. El padre de Ángela Rebeca, un hombre al cual sobresalir no le resultaba muy grato, se sentía orgulloso de Ángela su hija buena que se convirtió en abogada, pero despreciaba abiertamente los piercings y las fachas extrafalarias de Rebeca. Cuando la descubrió fumando mariahuana con los amigos del barrio descargó en ella su furia de años siendo lo más fosforencente de una calle tan gris. 

Esa noche, Ángela curó la boca rota y demás moretones de Rebeca, lloraron juntas el dolor de la incompresión y el rechazo. Entonces se sintieron tan cerca, tan complementarias, que se descubrieron desnudas ante el hechizo de una doble femeneidad en un solo cuerpo. No hubo preguntas ni etiquetas, no miraron el pasado ni el futuro, no condenaron a los que desaprueban. Solo rodaron, se estremecieron y gimieron ante la muchedumbre asombrada que observaba el resplandor fosforescente de aquella casa. 

Ese amanecer huyeron juntas con "El tratado de Derecho Civil" en la maleta y un cigarro en la boca. Iban con paso apretado y desafiante, cogidas de las manos andando hacia el horizonte. Detrás dejaban una vida normal, un pueblo gris y una campana loca que sonaba sin que nadie la pudiera parar.   

domingo, 23 de enero de 2011

Mis insomnios compartidos

Tengo insomnios "cómplices". Se preguntarán porqué adiciono un adjetivo tan misterioso a un sustantivo tan molesto. Pues la falta de sueño es producto de "algo" que punge por salir de mí. Hay quien lo llama musa, inspiración o mariposas en la cabeza. Y me levanto, pongo los dedos sobre el teclado, escucho alguna canción coherente con las piernas en movimiento de las musas, la inspiración que respira y la brisa que despide el revolotear de los insectos.

Y entonces Eva se sienta junto a mí, desnuda, mordiéndose el labio inferior en espera de mi primera palabra. El teclado se convierte en piano, y las letras comienza a salir convirtiendo el relato en una pieza tocada a cuatro manos increíblemente acompasadas. "Habla del erotismo" me dice. Yo le increpo un poco dudosa "¿No te parece que hay demasiado sexo navegando por estas aguas?". Eva se encrespa, y me mira entre aireada y divertida.

-"¿Que hay de transcendental en la sexualidad cruda que no llena los sentidos?. De ese aire mediocre y comercial está lleno este océano, la atmósfera y trasciende a la estratosfera. Pero, de la magia que convierte un roce casi imperceptible en un torrente de emociones, o el placer de escuchar sonidos que nos tocan en lo profundo del estómago, eso si escasea en el mercado".

Y tienes razón, Eva, solo muy pocos orientan su camino guiados por los sentidos como otrora hicieran los marineros con las constelaciones y estrellas. Esos viven la vida a través de las emociones, del placer, del dolor. Por eso ríen y lloran, y explotan al mismo tiempo, sin barreras de contención ni máscaras que los protejan de la censura. Como Eva, que vive y lucha por una vida que la deja exhausta de tanto sentimiento revuelto, con el erotismo como bandera y escudo.

Pero el mundo real no está preparado para Eva y Eva no está preparada para salir al mundo. Por eso se esconde detrás de mis manos y mira de soslayo a la pantalla de la computadora, por miedo a descubrirse desnuda en un mundo que no la aceptaría tal como es. Por eso me pide que contribuya a convertir tanto sexo burdo y prejuicio absurdo en barco seguro para que naveguen sus pasiones. Y entonces Eva podrá salir de detrás de su ventana y todos verán sin críticas "sus ojos rojos".

domingo, 16 de enero de 2011

Dos tonos de un mismo amanecer


Producto de una rara noche de eclipse de Luna, o del gélido viento de diciembre que tocaba puertas y ventanas, o quién sabe si por el vehemente rezo de fanáticos religiosos pidiendo un milagro; abrió los ojos y sintió que su mundo había cambiado. Se encontró ante dos mundos distintos compartiendo una misma realidad, justo en el mismo sitio donde 8 horas antes había existido uno solo. Y es que, contrario a lo que todos llamarían como algo normal, su ojo izquierdo se había coloreado de azul abriendo una puerta a un sendero de segundas oportunidades.

Su vida no había sido plagada de trágicos eventos, pero tampoco podríamos encontrar momentos de encumbradas alegrías. Más bien caminaba justo al margen de las cosas, pisando siempre en suelo seguro por evitar el dolor de una caída. Nunca se arriesgó ante decisiones importantes. Decidió estudiar en su mismo pueblo por el miedo a enfrentarse a lugares y personas desconocidas, o quizás por la comodidad de estar cerca de casa. Cuando Rosa le pidió fugarse a escondidas de todos debido a que su familia no lo aceptaba, terminó con ella diciéndole que no podría perdonarse alejarla de su entorno familiar, cuando en realidad su cobardía le congeló las ganas de volar. Cuando tuvo su primer hijo con Luisa, la buena Luisa que nunca le juzgó nada, desapareció sin dejar rastro porque sintió que la responsabilidad paterna pesaba demasiado sobre sus hombros dejándole poco espacio a su cómoda rutina. Sin embargo ahora, luego de toda una vida evadiendo dificultades y ante el advenimiento de una fecha que recuerda a cenas y reuniones familiares, se sintió solo y deseó haberse fugado con Rosa o no haber abandonado a su hijo. Esa noche se arrodilló por primera vez ante la vida y lloró por todos los años de decisiones desacertadas.

Es por eso que al despertar y notar su "ojo azul" (que algunos llamaron engendro del Diablo) supo que no era producto de eclipses lunares, ni de vientos gélidos, ni de rezos milagrosos. Simplemente, le habían regalado una segunda oportunidad. Mientras que en su ojo derecho la vida transcurría "normal", en su mundo azul se vió estudiando la carrera que quería a 25 mil kilómetros de su casa; teniendo una vida nómada con Rosa, viviendo en cada pueblo y recorriendo cada rincón del mundo; o envejeciendo al lado de su hijo, escuchando cada mañana la palabra "papá".

Y dice Eva que lo vio desde su ventana, que esa mañana de Navidad salió Jesús a la calle envuelto en gritos de euforia, llevando un parche en el ojo derecho y mostrando así un lustroso "ojo azul" perdido en el tiempo.